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Gipuzkoa 1936

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UNA NOTICIA DEL DÍA


REPORTAJES DE AVANZADA

Lunes, 10 de agosto de 1936

Páginas:

Redacción, Oficinas y Taller
GARIBAY, 34

FRENTE POPULAR
DIARIO DE LA REPUBLICA

Teléfonos: 14.621 y 14.634
San Sebastián, 10 de Agosto de 1936


REPORTAJES DE AVANZADA
Una mujer lucha por la Libertad y la Justicia en la avanzadilla de la Peña de Aya

A todo se acostumbra uno, hasta ver caer a los hombres.-Cuando yo no sabía lo que era un arma.-El valor de las balas y de las vidas.-Perfil y loa de la joven libertaria
¡Viva la dinamita!-El horror de la guerra

¡VIVA LA DINAMITA!
Se pelea alegremente. Sobre la cumbre de la Peña de aya, envuelta en densa bruma, parece como que el tableteo de los disparos y el silbido de las balas no tienen esa trascendencia trágica de mensaje de muerte. Entre disparo y disparo se interpolan voces de ánimo, gritos de guerra, consignas de lucha. El destacamento ofrece casi una perspectiva pintoresca, que suaviza los perfiles agrios de la contienda.

Guarecidos tras los salientes de las rocas, las milicias populares, distribuídas afinadamente en esta posición de avanzadilla, cubren todo el terreno por donde pudiera merodear el enemigo. Toda la zona facciosa, a la que se han robado tantos metros de frente, está batida por nuestra fusilería y nuestras ametralladoras.

Se dispara con sensatez. Aquí no se desgasta munición. La fuerza real está ya fogueada y curtida, luego de tres semanas de lucha. Tiramos sobre seguro. No sobre fantasmas, ni siqueira contra sombras sino sobre bultos concretos. La consigna es terminante. Hay que procurar, por encima de todo, el siguiente objetivo: cada bala una baja.

Es feroz, ¿verdad? Pero estamos en guerra. Una guerra sin cuartel. Una guerra verdaderamente organiada, con modernos elementos de combate y de destrucción. Balas que destrozan cuerpos y obuses que abren en la tierra verdaderas simas.

-¡Viva la dinamita!

El grito de guerra casi acalla el estampido de los fusiles. De otro picacho, envuelto en la misma bruma que nos rodea a nosotros, otra voz, potente y juvenil, contesta como un eco:
-¡Viva la dinamita!

Y se sigue dando “gusto al dedo”, mientras que, de vez en ev, un “dum-dum” escalofriante se estrella junto a las cabezas.

-¡Canallas! ¡Canallas! –dice uno, junto a mí-. Balas “dum-dum”. ¿Por qué no hacemos nosotros lo mismo?
-Porque ésa es la diferencia que hay entre ellos y nosotros –interviene otro, mientras cambia un “peine” y llena el depósito de su arma-. Si no fuera así, si nosotros fuéramos igual que ellos, no estaríamos ahora en guerra.

Luego, del otro picacho, emerge de nuevo, poderoso, el grito de guerra:
-¡Viva la dinamita!

De la izquierda, en una posición leal, se contesta:
-¡Viva la libertad! ¡Compañeros: No dejéis ni uno! ¡Son los enemigos de la República y de España!


BALAS Y VIDAS.
Y hay, simultáneamente, un tiroteo de balas y un tiroteo de frases. En torno de mí los rostros ofrecen un perfil duro y sonriente a la par. No se concede importancia al peligro. Alguien tiene humor para intercalar una chanza, que hace reír a los demás.
-Ahorrad munición –recomienda uno de ellos, acaso el jefe del grupo-. No merece la pena de gastas balas contra sombras. Cuando se asomen, ¡duro! Esa gente no vale ni el cobre de una bala perdida.

En cualquiera otra circunstancia, esta declaración me hubiera hecho sentir frío en el tuétano. Pero ahora... Cuando se ha sido testigo de acciones vandálicas, cuando el espíritu se ha afilado en la roca dura de tanta barbarie enemiga, cuando se ha visto caer junto a uno bravos luchadores que merecían otra muerte mejor, cuando uno ha sentido la indignación de ver tiroteadas las ambulancias, cuando la facción rebelde ha pisoteado normas que eran sagradas hasta en la guerra, la sensibilidad se ha endurecido y no encuentra reservas para condenar nada que en otra ocasión hubiera sido condenable.

Llega uno a pensar si en esta guerra fratricida que han desatado los eternos enemigos de España, volviendo otra vez contra el pueblo las armas que se le confiaron para su custodia, no es cieto que vale más el cobre de una bala que la vida de un adversario.


UNA MUJER EN LA CUMBRE
Junto a nosotros, el periodista yanqui lo mira todo con sus ojos impasibles y escrutadores. No parece perder un detalle. Indiferente a las balas que silban, se tumba de espaldas sobre la hierba, sonríe al ímpetu optimista y juvenil de las milicias ciudadanas y toma notas, pausadamente, en su “block” de viaje. Pero el audaz coelga, que acude a las mismas fuentes de información, al lugar de los hechos, para servir a sus lectores de América, detiene su mirada con especial curiosidad en esta muchacha de pelo rizoso que serenamente carga y descarga su carabina, apunta con lentitud y dispara sin que se mueva un solo músculo de su cara.

-¡Ah!-exclama, con entusiasmo admirativo-. Es una brava muchacha. Creí que estaba aquí para atender a los heridos o para cuidar de los muchachos. Pero no. ¡Lucha! Lucha como un hombre.


Así es la verdad. Lucha como un hombre. O mejor dicho, con más temple y decisión y serenidad que muchos hombres. He aquí lo que no esperábamos haber visto. A nuestro paso, por los caminos de la retaguardia, los ojos se detuvieron en las ambulancias, donde siempre hay una mujer que presta a los heridos sus amorosos cuidados. Bien sabemos del heroísmo de estas bravas enfermeras, que muchas veces acuden a recoger a nuestros hombres bajo el fuego enemigo, que no respeta ni su sexo ni la sagrada función que cumplen.

Pero hasta ahora no habíamos visto una mujer en los mismos puestos de vanguardia, las más lejanas avanzadillas donde se plantea la lucha con su máxima crudeza y riesgo, como un combatiente entre los combatientes de la ciudadanía.

Su actitud serena y firme parece contagiarse a los demás. ¿Sería posible que un hombre sintiera el miedo junto a la decisión de esta mujer que pone sobre la cumbre más elevda de la Peña de Aya tal ejemplo del heroísmo femenino?


LA JOVEN LIBERTARIA
¿Quién es esta muchacha que necesariamente ha de atraer la atención admirativa de todo aquél que llegue a la avanzada? Maximina Santa María. Apenas ha cumplido los 17 años. Enfundada en unos pantalones de caza, su figura andrógina conserva todo el donaire y esbeltez del sexo. Los labios entreabiertos, la nariz respingona y la mirada tímida de sus ojos pardos, prestan al semblante una dulzura encantadora que contrasta enérgicamente con la dureza y hosquedad del paisaje de guerra.

Aprovechando un paréntesis de la lucha, formamos un grupo, en la parte baja del campamento. Charlamos. El colega yaqui es experto y ducho, y la muchacha no puede evitar las preguntas ni soslayar las respuestas.
-¿Por qué está usted aquí?...
-¡Pshe!... Porque tenía que estar. ¿No luchan también mis compañeros? No había razón para que yo me quedase en casa.
-¿Sabía usted manejar las armas?
-Ahora, sí, claro; a todo se acostumbra uno. Hasta a ver cómo caen los hombres, que es el espectáculo más triste que hay. Pero antes de que esto empezara, yo no había tenido en mis manos ni una detonadora. Ni había intervenido en nada político. Hasta que se sublevaron los militares y los fascistas y se dijo que todo el pueblo debía de alzarse en armas para defender la República democrática. Pedí un arma y aquí estoy.
-Y ahora –interviene uno de los del grupo- es la mejor tiradora de nuestro grupo. Y la más valiente. Es lo mejro del “Grupo de la Dinamita”.
-¿Tienes ideas políticas? –pregunto yo.
-Verás. Yo pertenezco a la juventud libertaria de Pasajes. Las únicas ideas políticas que tengo consisten en esto: libertad y justicia para todos. Yo sé que el fascismo representa todo lo contrario. Por eso lucho contra él.

Todos tenemos tiempo para meditar sobre la altivez espiritual de esta brava muchacha de Trincherpe, que se juega la vida por un ideal. Se ha hecho un silencio absoluto. Los fusiles descansan y las gargantas también. El frene de guerra está bañado por una quietud maravillosa. Tan sólo, de vez en vez, el zumbido agudo y silbante del obús precede al estampido bronco que nos llega del otro lado de nuestras posiciones.
-¿Quieres algo para la ciudad?
-Nada más que una cosa. Que digáis a mi familia, en Trincherpe, que estoy muy bien, que aún vivo... ¡y que no pasarán!...


PANORAMA
Iniciamos el descenso, bañado el cuerpo en una brisa fresca que hace sentir el frío de las cumbres. El periodista americano se detiene, de trecho en trecho, para contemplar el paisaje. Pero no parece que le impresione la pureza de égloga del panorama, sino su aspecto estratégico. Acaso el hombre sea un lírico, pero ha venido aquí como corresponsal de guerra y su retina no se detiene en otras aristas que las puramente bélicas.

Sin embargo, no es fácil sustraerse al encanto de esta maravillosa perspectiva. Desde aquí, Pagogaña tiene todo el encanto sugeridor de un fortín medieval y los mechones blanquísimos de las ovejas parecen flotar, movidos por la brisa, sobre la hierba alta de la verde ladera. A lo lejos, los últimos reflejos del sol poniente, sobre la costa de Francia, manchan con ramalonez de púrpura la línea de azul purísimo del horizonte.

Cuando las crestas de la posición de la avanzadilla se desdibujan ya en los confines de la niebla de la cumbre, la misma voz enérgica que minutos antes sobresalía por entre el tablero de los disparos, nos grita, como un saludo cordial de sespedida:
-¡Viva la dinamita!
-¡Viva la dinamita!

La figura andrógina de la muchacha libertaria de Trincherpe queda ya fija, en el recuerdo de todos, hasta el término de nuestro viaje de regreso. Y sus palabras, manchadas de amargura y de desaliento: “A todo se acostumbra uno. Hasta a ver caer a los hombres, que es el espectáculo más triste que hay”.

Luego al fondo de todas las meditaciones, una afirmación que expresa la realidad bárbara y cruento del momento:

Es la guerra... La guerra, con todos sus horrores, que han provocado otra vez los eternos enemigos de la redención ciudadana.

EL REPORTER DE GUERRA


VISIONES DE LA GUERRA

EL CASERIO EN LLAMAS

Vi ayer llorar a unos ojos azules de mirada aldeana, fatigada de escudriñar desde la niñez los misterios de la tierra generosa, mientras rehuían contemplar la sombría columna de humo que ascendía de un caserío incendiado en el fondo del valle, ensuciando el limpio y sereno azul del cielo agosteño.

Aquel silencioso llanto que humedecía su rostro surcado de profundas arrugas, recorridas siempre por el amargo y a la vez dulce sudor del trabajo, era como mi propio llanto y su balbuceo acongojado de su voz en queja, era la expresión de mi propia congoja.

¡Caserío en llamas! Asentado en un repliegue del valle estremecido por la metralla, por el eco agorero de muerte de las baterías y por el sombrío zumbido de los aguiluchos guerreros, preñado de amenazas, eras entonces como el símbolo de un pueblo honrado y trabajador que lo sacrifica todo al defenderse de la más brutal agresión que registran los siglos de nuestra sombría historia española.

El llanto del aldeano que contemplaba la ruina ajena como la suya propia, era el llanto de todo un pueblo oprimido que lo ofrece todo en holocausto de su libertad y su congoja era también el lamento de la madre que siente herida su carne para alumbrar una vida nueva, en un parto monstruoso que ya dura centurias.

¡Caserío en llamas! Tus ruinas en brasas me parecían la pira expiatoria en que se consumían en horrible sacrificio, los últimos residuos de una civilización que agonza al impulso suicida de quienes más interés debieron tener en conservarla.

¡No llores más, aldeano! Cesa tu llanto como cesa el mío; cierra tu corazón a la congoja y ábrelo luego a la esperanza cierta de que tu sacrificio, de que tus penas actuales, serán, son ya, el pilar más firme de tu redención próxima. Levanta el ánimo y mira sin temor el humo que ensucia el valle, ese valle de Oyarzun, rincón inigualable de nuestra verde y luminosa Guipúzcoa: contempla el sol que luce para ti haciendo brillar tus maizales y tus huertas; mira a tus montañas que despejadas de niebla, altivas, parecen estar prestas a contemplar la gloria que llegará tan pronto se pierda en la inmensidad del cielo la última vedija de ese humo que te hizo llorar.

Suelta, aldeano, tu “irrintzi”; haz que salga de tu garganta, limpio, lleno de júbilo; déjalo qe bailotee sobre el verdor del valle para que lleve a todos sus rincones tu alegría, sobreponiéndose al estruendo criminal de la guerra... Lánzalo, deja que alcance a todas las vidas hermanas como un canto de triunfo, como un himno a la libertad, para que demuestre a los traidores de tu causa de paz y trabajo que tu corazón no desfallece, que adivinas la gloria de utu indombale victoria.

¡Levanta tu corazón, aldeano; no llores más, deja que el fuego lo consuma todo, no mires ya al caserío en llamas, no olvides que el porvenir es tuyo!


La cruz y la espada
Zaragoza “gobernada” por Cabanellas y el obispo

Lo que cuenta un soldado huido de las filas facciosas

Fraga.- El cabo José María de Blas, desertor de los facciosos de Cabanellas y perteneciente al regimiento de Caballería, ha llegado a Pina y dado precisos informes de los estragos producidos en Zaragoza por nuestra Aviación.

Ha hecho arder el cuartel de Artillería de la Soberanía Nacional, el de Caballería de la plaza del Portillo, el del campo de San Gregorio y los de la Guardia civil del Arrabal.

Están reducidos a escombros el de Pontoneros, los dos de Infantería de la Aljafería, el de la misma Arma del Gállego y el de Caballería de Torrero, así como la Academia General.

Han tenido que ser desalojados porque amenazan ruina los cuarteles de la antigua plaza de San Agustín del Paeo de María Agustina, el del camino de la Casa Blnaca y el de la calle de Servet.

Sólo quedna pie, con desperfectos que han podido ser remediados provisionalmente, el de Carabineros del Portillo.

El edificio de la División orgánica, en el Paseo de la Independencia, tiene destrozos considerables. Cabanellas no vive allí; ocupa un hotel junto al Coso, y cada noche va a dormir a otro edificio ignorado. Algunas tropas han debido ser distribuídas entre la Plaza de Toros, el Teatro Principal y el Teatro Circo. Otras tienen por campamento las iglesias. En la de San Fernando, en Torrero, hay Artillería, Infantería, en las de San Carlos, San Felipe y San Pedro Nolasco.

Las criptas de las iglesias están convertidas en polvorines. Desde el principio se trasladó a ellas toda la cartuchería.

La Diputación es ahora Parlamento, y ha sido trasladada a él, para que presida las deliberaciones, la imagen de la virgen del Pilar.

Constituyen el Parlamento, bajo la presidencia del prelado local, Cabanellas, los generales de las brigadas, los coroneles de los diversos Cuerpos y cinco canónigos. El magistral actúa de secretario.

El obispo y Cabanellas han hecho coger de los templos todas las alhajas. Se desmontaron las piedras preciosas y se hizo fundir el metal para llevarlo a vender al extranjero. Parece que ni siquiera se ha respetado la magnífica custodia, tan admirada por los católicos aragoneses.


HOMBRES DE LA REPUBLICA
DON ANTONIO ORTEGA, NUEVO GOBERNADOR CIVIL DE GUIPUZCOA

El Gobierno de la República ha nombrado gobernador civil de Guipúzcoa a don Antonio Ortega, comandante de las fuerzas leales que operan en la zona irunesa del frente Norte. El teniente Ortega, figura destacada de un Cuerpo leal y republicano por excelencia, como es el de Carabineros, cuenta en Guipúzcoa con tantas simpatías como amistades.

Casi todos los que empleamos nuestro esfuerzo cotidiano en la confección de estas hojas de combate, estamos vinculados al teniente Ortega por una amistad entrañable, que se remonta a los tiempos románticos de la conspiración contra la dinastía borbónica, y de lucha por la conquista de las libertades ciudadanas.

La vida del nuevo gobernador civil de Guipúzcoa constituye una estampa de lucha, de ardimiento, de prestación generosa y heroica a la causa de la libertad y de la justicia. Hasta que advino la República, el teniente Ortega fué perseguido sañudamente, vejado en sus derechos ciudadanos, postergado en su jerarquía profesional, víctima de todas las infamias y de todas las ruindades que tenían su asiento en la podredumbre de la monarquía.

Acudió siempre que era requerida su presencia para rebelarse contra la opresión. Fué siempre el primero en los puestos de peligro y de combate. Cuando el movimiento reivindicador de diciembre del año 31, al lado de otros luchadores del ideal, alguno de ellos desaparecido de entre nosotros, aunque vivirá siempre como ejemplo de nuestro recuerdo, tuvo en gravísimo riesgo su vida y sufrió prisión hasta que el pueblo, en un plebiscito sin precedentes, decidió recobrar el dominio de sus propios destinos. Hubiera parecido lógico que allí acabaran las persecuciones, pero los hombres del segundo bienio, responsables de lo que ahora ocurre, renovaron los métodos de un régimen que parecía extinguido, y el teniente Ortega volvió a ser víctima de rencores nefandos, por el delito de ser un hombre liberal.

Ahora, el nombramiento que prestigia oficialemente el acervo de una ida singularmente ejemplar y prestigiosa, le sorprende cuando los efecos de su mando ineligente, experto y decidido, fundidos a la lealtad inalterable de un hombre amante de la República y de la democracia se habían dejado sentir sobre los facciosos que operaban en la zona de Irún.

No es tan solo el teniente Ortega un hombre de acción. Es a la par hombre de claro entendimiento, con dotes de mando, rápido y enérgico en las decisiones. Un hombre, en fin, que sabe reaccionar de acuerdo con las circunstancias.

Estamos seguros de que su gestión civil, que no será inconveniente para que en el frente de combae mantenga su eficacia de hombre de lucha, habrá de ser singularmente provechosa para Guipúzcoa y para su ciudadanía, levantada en armas contra la subversión carlo-fascista.

¡Bien venido, teniente Ortega, al mando civil de la provincia! Hacemos votos para que le acompañe la suerte, porque bien podemos estar seguros de que no habrá de faltarle el acierto.


SUMA Y SIGUE
Continúa la separación de sus cargos de funcionarios desleales

Madrid.- La “Gaceta” ha publicado una nueva relación de funcionaros desleales, que han sido declarados cesantes. Son los siguientes:

Del Consejo de Estado
Consejeros permanentes, don Antonio Marsé Bragado y don José Hernández Pinteño; secretario general, don Vicente Gil-Delgado y Olazábal, y oficiales letrados, don Juan Gómez Acebo y Modet, don Fernando Suárez de Tángil y Angulo, don José Ignacio Escobar y Kirkpatrik y don Santiago Gómez Acebo y Modet.

De Guerra
Comandante del Cuerpo de Estado Mayor don Manuel Villegas Gardoqui, que ha cesado en el cargo de agregado militar de la Embajada de la República española en roma, y la del comandante de Infantería don Emilio Fernández Martos, que cesó en la de Buenos Aires.

De Hacienda
D. Luis Robles Barbacil, jefe de Administración de primera clase del Cuerpo Pericial de Contabilidad del Estado; de don Juan José Marcos, jefe de negociado de tercera clase del Cuerpo Pericial de Aduanas, y de doña Blanca Monasterio Ituarte, auxiliar de primera clae del Cuerpo general de Administración de la Hacienda pública, la cual cesa también en el destino que desempeña en la Delegación oficial del Gobierno en la Compañía Telefónica Nacional de España; oficial primero del Cuerpo Auxiliar de Aduanas ofical de la de Alicante, don Migel Santos Bazán, y el de la misma clase don AntonioBas Miuget; comandante capitán y brigada de Carabineros, don josé de Lombana Carnicero, don Domingo Carvallo González y don Agustín Martín Peña.

D. Miguel de Asúa y Campos, jefe de Administración de primera clase del Cuerpo general de Administración de la Hacienda pública; don José Fúster Sotella, jefe de Negociado de primera clase del Cuerpo Pericial de Contabildiad; don Fernando Aguilar y Gómez Acebo y don Rafael Cortzo Collantes, del Cuerpo de Profesores Mercantiles; don Ramón Pastor Mendívil, jefe de Negociado de tercera clae, y don Gregorio A. Miñán de la Torre, oficial primero, ambos del Cuerpo general de Administración de la Hacienda pública, todos ellos afectos a la Dirección general del Timbre, Cerillas y Fósforos.

De Gobernación
Don Joaquín del Moral Pérez de Aloe, jefe de Administración civil de segunda clase, en comisión, del ministeriod e la Gobernación en situación de excedente.

Guardia civil
Capitanes: D. Luis Maroto González y don Antonio Torres García.
Tenientes: D. Manuel Gómez Mediano y don Antonio Criado Blanco.
Alféreces: D. Juan Camello Ojalvo, don Eugenio Bornes Rivera, don Antonio Portillo Mohino y don Francisco de la Flor Fuentes.

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