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jueves 28 marzo 2024
Gipuzkoa 1936

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UNA NOTICIA DEL DÍA


EPISODIOS DE LA LUCHA

Martes, 28 de julio de 1936

Páginas:

FRENTE POPULAR
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Teléfonos: 14.521 y 14.534
San Sebastián, martes, 28 de julio de 1936
AÑO
DIARIO DE LA REPUBLICA
NUMERO 2


FRENTE A LA MILITARADA CRIMINAL
Las autoridades legítimas de la República
Recobran el domino de la ciudad

Tres objetivos en una sola jornada.-La marcha sobre San Sebastián, la terrible lucha en la calle y la toma del Gran Casino y de la Comandancia

Escenas dramáticas y gestos de heroísmo de las milicias populares antifascistas.-El asedio a la C.N.T. y al cuartel general.- La República en pie


II
RELATO DE UN PROTAGONISTA
(Continuación de la crónica de ayer.)

DESALIENTO EN LA CIUDAD

La marcha hacia Eibar de las autroidades, de los jefes adictos y de las personas representativas del Frente, salvo las que quedaron aquí por exigencia de una táctica concebida a última hora y desarrollada sobre el correr de los minutos, ocasionó en la ciudad un movimiento inicial de desaliento y desesperanza.

Las masas populares llegaron acaso a creer que sus hombres de dirección les habían abandonado precisamente en el instante mismo en que más falta hacía su presencia, no tan sólo para rechazar la agresión que se hacía inminente, sino para atacar a los agresores.

Aumentó este desaliento cuando la emisora de Unión Radio San Sebastián comunicó que se declaraba el estado de guerra y que, por consecuencia, los elementos militares adoptaban una posición facciosa y de rebeldía, en contra de las aspiraciones y de las esperanzas de la ciudadanía.

Bien poco duró, sin embargo, este fenómeno de pesimismo colectivo. Porque las multitudes son ingredientes propicios sobre los que reaccionan por igual fenómenos y espejismos de abatimiento o de valor.


PRIMERAS VICTORIAS
Poco a poco la ciudad volvía a cobrar su aspecto y perfil de combate. Y en los lugares estratégicos se verificaban espontáneamente las grandes concentraciones. Sin dirección y sin mandos, las falanges de la Ciudadanía se unían con ese claro institno de la masa, pleno de objetividad y de eficacia.

Mientras que un grupo de valientes republicanos se aposentaban y se hacína fuertes en Unión Radio, para controlar la información, otro núcleo ciudadano de demócratas y de obreros acudía frente la María Cristina atraído por una noticia según la cual se iban a repartir armas largas a los ciudadanos para la defensa del Régimen.

Para entonces se hallaban ya en dicho hotel, como es sabido, fuerzas de Asalto y de la Guardia civil, al mando del capitán Cazorla, mientras que el coronel de dicho Instituo, que había torcido con engaños la voluntad de sus hombres, y el coornel Carrasco, ya de cara ante el Poder legítimo, se trasladaban a los cuarteles de Loyola, donde creían ver un lugar seguro para garantía de sus vidas.

Simultáneamente, el piquete de carabineros era llamado al Cristina y se presentaba ante el jefe de las fuerzas, quedando formado en el patio. Era una fuerza incontrastablemente adicta a las ideas democráticas, y convenía inutilizarla, porque de otro modo se hubiera puesto incondicionalmente al lado del pueblo.

Al poco rato se produjo el primer acto agresivo de a traición. Un oficial sedicioso se adelantó rápidamente hacia el lugar donde se hallaba formada la Guardia civil y dirigiéndose hacia el nutrido grupo que aguardaba en las afueras exclamó:

-¡Vampor por ellos, que van contra nuestras familias!

Sonó una descarga cerrada. Los fusiles desleales volvían a hacer presa en la carne popular. Dos hombres del pueblo cayeron muertos, y otros resultaron heridos. No podía caber ya duda alguna respecto de la actitud de las fuerzas acuarteladas en el Hotel María Cristina. Se hallaban en franca subversión, y su rebeldía quedaba sellada con sangre ciudadana.


REQUERIMIENTOS INUTILES
La marcha hacia Eibar no había sido, sin embargo, una huída, sino tal vez la única determinación táctica que cabía tomar en aquellos momentos. Era preciso que los directores de la defensiva ciudadana se hallaran al frente de las fuerzas de combate que habían de avituallarse en la Muy Ejemplar Ciudad. Así fué posible formar allí la espléndida columna que horas más tarde dejaba escritas sobre las calles de Donostia páginas de heroísmo.

Desde el Ayuntamiento eibarrés hablamos hasta dos ceces con el capitán Cazorla. El señor Artola Goicoechea pretendió convencerle de que abandonase su actitud de rebeldía y se colocase al lado de las fuerzas adictas.

-Es una monstruosidad lo que ha hecho usted, Cazorla –vino a decirle-. Piense bien en lo que puede ocurrir, antes de que sea tarde.

No hubo manera humana de convencerlo. El capitán de Asalto parecía presa de un ataque de locura. Con la voz descompuesta y ronca se limitaba a exclamar:

-No puedo, no puedo. No sé lo que hacer. Estoy seguro de que me matarían ustedes.

Fueron inútiles todos los requerimientos. El capitán Cazorla se había también jugado la vida a una carta. Y la había perdido.


FIJACION DE POSICIONES
¿Cuál era la situación de San Sebastián a lo largo de aquellas horas apremiantes y angustiosas de Eibar, cuando preparábamos a toda prisa el avituallamiento y articulación de las fuerzas que habían de imponer su dominio sobre San Sebastián?

Las podíamos conocer a través de los hilos del Teléfono. Las habíamos de confirmar no mucho después, cuando, ya en Recalde el grueso de la columna, preguntábamos pormenores.

Los rebeldes ocupaban las siguientes posiciones:

En los cuarteles de Loyola, copadas por los destacamentos de la columna ciudadana, el batallón de Ingenieros y el regimiento de Artillería, con los jefes y oficiales que se habían sumado a la subversión.

En el Hotel María Cristina, las fuerzas de Asalto, una fracción de la Guardia civil, el piquete de Carabineros que quedó en calidad de prisionero, y algunos elementos civiles.

En el Gran Casino, varios soldados de Artillería, doce o catorce números de la Guardia civil y un destacado cabecilla fascista.

En la comandancia militar, las fuerzas del retén.

El grueso de las tropas no se había movido de los cuarteles. Algún destacamento, con un cañón ligero y un par de ametralladoras, tomó posiciones en una casa emplazada en la ladera del montícutes de que pudieran llegar refuerzos, los para facilitar la salida de los cuarteles en el caso de que se hiciera precisa una acción desesperada.

Las tropas –o, por mejor decir, sus mandos- no se habían atrevido a abandonar el recinto castrense. Conocían la magnitud de las milicias ciudadanas, presumían su espíritu combativo y tenían noticias de que las tropas combatientes desde la Ciudadanía se habían pertrechado con abundante material de guerra. Abanonar el cuartel y fijar destacamentos en la ciudad era exponer a un combate por fracciones, que en modo alguno convenía a los objetivos tácticos de los sublevados.

Se esperaba acaso que se confirmasen las noticias –tan frecuentes por aquellas horas- según las cuales el general Mola enviaba un nutridísimo refuerzo de elementos civiles y militares. La presencia de esa columna rebelde desmoralizaría a los elementos gubernamentales y entonces era llegada la ocasión de plantear la batalla con todo su alcance y consecuencias.

Mal iba a salirles el plan. Porque antes de que pudieran llegar refuerzos, los elementos sediciosos eran batidos en toda la línea por el arrojo, por la decisión, por la persistencia del ataque ciudadano que otra vez hacía brotar sobre las calles, partidas en barricadas históricas, la flor roja del heroísmo.


SE GENERALIZA LA BATALLA
El comandante de Estado Mayor, señor Garmendia, instala su cuartel general, un poco obligado por la exigencia del primer ataque enemigo, en los bajos de la casa número 47 de la calle de Easo casi en la esquina misma de la de Larramendi. Era asistido por el comandante de Inválidos señor Larrea, hombre leal y valeroso como pocos, esforzado paladín de la libertad, que al tener conocimiento de lo que ocurría, se puso incondicionalmente al lado de la causa republicana.

Junto a ellos, un grupo de hombres tomábamos parte en la lucha que se acababa de entablar, y en la cual perdía la vida, entre los priemros, ese gran camarada que al momento de morir se acordaba de sus nenas, a cuyo recuerdo ofrendaba su vida en holocausto de la República democrática.

No queríamos, en modo alguno, restar importancia a los combates que por la misma hora se libraban en toda la ciudad. En todas partes se peleó con arrojo y valor inauditos. Nuestros hombres, encuadrados entre elementos de la fuerza adicta, daban un nuevo ejemplo de disciplina y de sacrificio, no tan solo defendiendo sus posiciones, sino expugnando a los enemigos de las que habían tomado.

Pero es indudable que la acción enemiga concentró el grueso de sus ataques sobre un sector perfectamente determinado. Toda la zona en la cual se hallaban enclavados los locales de la C.N.T., calle de Larramendi, y el cuartel general del señor Garmendia.

Habían caído ya las priemras víctimas bajo el fuego rebelde. Cuando llegaba el tren especial de Eibar, en el cual eran transportados los últimos centenares de hombres que no pudieron realizar el viaje en autobús, una pequeña fracción sediciosa, integrada por guardias de Asalto y paisanos, que se corrían a lo largo de los terrenos en que se instalana las ferias de Amara, tiroteó a los del tren.

Los expedicionarios, que eran casi todos donostiarras, tuvieron, en los primeros momentos, una actitud expectante y confusa. Creían que las fuerzas de Asalto permanecían adictas a la República, y mal se podían imaginar que disparasen sobre ellos. Cuando advirtierion el error, era ya tarde. Dos hombres yacían muertos sobre los asientos del vagón de ferrocarril.


PROCEDIMIENTOS INHUMANOS
Ya entonces en estas primeras escaramuzas, se habían manifestado los procedimienos inhumanos que el enemigo había de emplear en la lucha, procedimientos en un todo opuestos a la lealad y generosidad mínima que han de presidir las contiendas armadas de una raza civilizada.

Cuando la ambulancia municipal acudía a recoger los cadáveres, desde el parapeto rebelde construído en el cruce de las calles de Moraza y Urbieta se le hizo una descarga cerrada. La carrocería de la Ambulancia municipal ostenta todavía la huella de aquellos primeros impactos criminales.

No había de ser la última agresión brutal de los traidores. Cada vez que un guardia municipal, valeroso hasta la temeridad, se arriesgaba a cruzar la calle ondearon la bandera blanca en auxilio de algún caído, se disparaba sobre él como si se tratase de un beligerante. Por verdadero milagro no fué víctima de las balas de los trandores asesinos.


LUCHA A MUERTE
Los fascistas y las fuerzas traidores, como ya hemos dicho, se habían establecido en los portales de los números pares de la calle de Urbieta, en la manzana comprendida entre Moraza y Larramendi; en los números impares del trozo de esta calle comprendido entre las de Urbieta y Easo y el trzo de la Moraza comprendido también entre aquellas últimamente citadas.

Más allá, en otras zonas de la ciudad, las fuerzas enemigas habían tomado también análogas posiciones. En Amara, la


Bajo el signo de la victoria

Entramos en la segunda semana de sublevación fasciomilitar con paso firme y seguro, que nos ha de llevar rápidamente a una meta: la victoria. Indiscutible, neta, arrolladora.

Toda la fuerza de los enemigos de la República, de los enemigos del país, que para escarnio de sus afanes se levantan al grito de ¡Viva España!, cuando han pretendido asesinarla a traición, se reducen en estos momentos a utilizar sus estaciones emisoras de radio para lanzar al mundo, en montón, insidias, falsedades... ¡Como si a la valerosa energía de los españoles cien por cien, de los que sin afán de medro ni apetitos personales luchan y mueren por la República, se les pudiera domeñar, vencer, a golpes de invectivas, de inexactitudes, de falacias!

En todas aquellas provincias españolas en las que por el golpe audaz de la sorpresa lograron apuntarse el éxito primero, ha sido este éxito, precisamente, el que les inmoviliza y les atenaza. Se han impuesto a la población civil a un precio muy caro para un militar en campaña: al precio oneroso de no poder moverse de sus actuales posiciones, porque saben bien, lo han medido al calibrar su propia impotencia, que la hora del avance de las fuerzas rebeldes con dirección a otros pueblos libres habrá de coincidir, fatalmente, con aquella otra en que se inicie, brioso, incontenible, el levantamiento de las poblaciones civiles que hoy, en inferioridad de condiciones, ofrecen su admirable y brava resistencia pasiva, mientras avizoran, anhelantes, el momento de pasar a la enardecedora y acometedora actividad.

Y en esa situación cada hora que pasa es un día ganado a la causa de la República; una semana perdida en la desvaída ilusión de los rebeldes. Los hechos tangibles, efectivos, perfectamente contrastables, confirman la virtualidad de estas afirmaciones. En ocho días de subversión, las fuerzas rebeldes no progresan. Por el contrario, retroceden ante el empuje de las milicias populares.

En la primera semana de sublevación han caído en manos de las fuerzas leales a la República las ciudades de Toledo, Albacete, Talavera de la Reina, el Carpón, Alcáñiz, Barbastro, Guadalajara. Al entrar en la semana segunda, están acosadas y próximas a la capitulación Zaragoza, Córdoba y Sevilla, principales baluartes de la facción, que se desmoraliza por segundos. El ejército rebelde de Marruecos, esperanza máxima de los pretorianos insurgentes, vive aislado, inoperativo, inofensivo. Y los restantes focos, piezas secundarias de la criminal inentona, están sujetos, inexorablemente, a seguir el curso que los acontecimientos marquen en aquellas guarniciones rebeldes asediadas por los leales.

Esta es la verdad de la situación, y no otra, quieran o no quieran los facciosos. Para éstos, derrota total, derrumbe estrepitoso. Para los leales, victoria próxima y completa, maravillosamente ganada por el impulso generoso de un pueblo que aspira a ser libre. Victoria que por dolorosamente lograda habrá de ser doblemente merecida.


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