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Gipuzkoa 1936
LOS MERCADOS GUIPUZCOANOS
Villafranca en el día de su feria semanal

ANTECEDENTES HISTÓRICOS
18 de marzo de 1512. Villafranca de Oria, antigua Ordizia, que tuvo su cuna, según procede de tradición más generalizada, en la primitiva población que se halló cerca del río Oria, enlas proximidades del lugar que ocupa la ermita de San Bartolomé, apenas poseía a principios del siglo XVI, dentro de su recinto, edificios de piedra o mampostería. La mayoría de sus casas, igual que casi todas las que se construian en aquella época en los pueblos de Guipúzcoa, eran de madera; y habiéndose acumulado tanto elemento combustible, bastaba la menor chispa para producir el más formidable incendio. Y así, uno destruyó por completo a Villafranca el día 18 de marzo de 1512, por cuyo motivo sus procuradores Juan Martínez de Muxica y Martín García de Isasaga se expresaron en los siguientes términos en las Juntas generales de Zumaya celebradas el 28 de abril del mismo año:
“Que se avía quemado la dicha villa de Villafranca en tal manera que non avía quedado ningund edificio, e que allende dello se avía quemado e perdido mucha hacienda, e para tornar a reedificar tenían muy poco aparejo, especialmente de piedra e cal e yelso. E .... allende el grandísimo daño que avían recibido, tenían grand falta de los dichos materiales, e que suplicaban e suplicaron a sus mrds. Mirando a su daño inmenso, e a la hermandad que con ellos tenían les quisiesen ayudar e socorrer con alguna costa que bien visto les fuese, porque aquella Villa non quedase totalmente perdida e despoblada.”
Se estimó muy oportuna y justa la solicitud de los procuradores de Villafranca de Oria, y acordó la Junta que por vía de socorro e ayuda, y con el fin de que fuese reconstruida la villa, se le concediesen cien mil maravedís. Pero no era suficiente la cantidad. Hacía falta algo más con que atender a las numerosas necesidades de la villa.
La antigua Ordizia era pueblo de tránsito por donde necesariamente habian de pasar las caravanas de traficantes que bajaban de Navarra por el puerto de Lizarrusti, y favorecida por esta especial situación, que le permitía el que en la villa se desarrollase con suma facilidad el comercio, uno de sus principales medios de vida, ideó la celebración periódica de mercados y ferias, y sus representatnes iniciaron las gestiones pertinentes para conseguir Real facultad que les permitiera plasmar en realidad su proyecto.
El 15 de mayo de 1512 se otorgó a Villafranca de Oria la Real facultad de celebrar ferias. Este privilegio se debió a la reina de Castilla y de Aragón, doña Juana la Loca, esposa de Felipe el Hermoso, y cuyos accesos de locura, por lo que se deduce en diferentes casos, no repercutían en otros actos de la infeliz reina, pues mostraba agudo ingenio y clara inteligencia para las demás cosas de la vida. Así, en la fecha que citamos extendió a favor de Villafranca de Oria un documento cuyos párrafos más alientes y que más conciernen a la cuestión que tratamos son los siguientes: “...mi merced e voluntad es que agora e de aquí adelante, para siempre jamás, haya en dicha villa de Villafranca un Mercado franco en un Miércoles de cada semana, en la cual dicho día de Miércoles del dicho mercado de cada semana es mi mrd e volutnad que se pueda vender, e trocar, e cambiar en la dicha Villa de los muros adentro de ella desde que amaneciere el dicho día fasta puesto el sol...”
Sin embargo haber conseguido el “Privilegio Real”, durante cerca de tres siglos no se verificaron mercados con carácter regular. Ningún historiador ha podido llegar a saber, por más que haya ahondado, las causas por las que hasta finales del siglo XVIII sufrió muy prolongadas interrupciones. Acaso los pueblos comarcanos se opusieron a la celebración del mercado; acaso, también, no concurrían suficientes vendedores e igualmente compradores...
Nuevamente, el 29 de septiembre de 1797 se expidió la Real Cédula en San Ildefonso por Carlos IV, que ratificaba la Real facultad otorgada por D.ª Juana la Loca. Y desde el año 1995 no ha dejado de celebrarse mercado en Villafranca en un solo miércoles.
No seguimos citando más datos históricos porque entonces este reportaje se haría interminable y no se ajustaría a los fines propuestos.

CAMINO DE VILLAFRANCA
Un miércoles del mes de abril. De noche no ha cesado de llover, y al amanecer se desprenden las últimas gotas que quedaron olvidadas en la copa derramada por Neptuno. No por eso se asusta el vendedor, y tampoco el comprador. Algunos, muchos, tienen que recorrer largas distancias saliendo de sus domicilios antes de que las nubes inicien la retirada ocultándose tras de los montes. El mercado abre sus puertas, las puertas de transacción, cuando duermen aún sus moradores –no todos, claro está-, y se hace preciso encaminarse hacia la villa desde muy temprano.
Los trenes, los eléctricos, van llenándose de gente en las estaciones de trayecto. Goyerri y Beterri envían sus representantes. Es miércoles, día de mercado y feria en Villafranca; y los guipuzcoanos, con sus hermanos de Navarra, Vizcaya y Alava, se concentran y cobijan en la antigua Ordizia.
Todos los medios de locomoción resultan casi insuficientes para trasladar a tanta gente a Villafranca. Desde el simpático baserritarra, pasando por el sencillo artesano, hasta el astuto tratante, todos están bien representados. El goyerritarra, de hablar sereno y solemne –ritmo acompasado del arraunlari que rema con estudiada parsimonia-, y el beterritarra, singularmente si es habitante de la costa, de hablar más suelto y rápido- celeridad mal reprimida del arraunlari que rema en txanpa-, se encuentran en el mercado y feria de Villafranca representando a los habitantes de ambas partes de Guipúzcoa. Y, como dejamos dicho, entremezclados con ellos, incorporados a su ya legendaria sencillez, la astucia hábil del vendedor, en pugna, siempre noble, con la otra astucia, que es también la misma: la astucia del comprador. Y en la encrucijada de los dos caminos, esperándoles, el eterno curioso, que también quiere realizar compras en el mercado de Villafranca para luego revenderlas a sus amistades y a otros muchos curiosos... dicho sin ánimo de ofender.

EN VILLAFRANCA DE ORIA
El lugar donde se celebra el mercado es una plaza cubierta pero no cerrada. Sólidas columnas sostienen el edificio, construído con arreglo a los métodos de la arquitectura moderna. Semeja la entrada de aquellos magníficos edificios que tanto se prodigaban en la antigua Roma. Es la nueva plaza de mercado de Villafranca de Ordizia. Porque hay que tener en cuenta que existe también otra plaza, más propiamente llamada bajos del Ayuntamiento, donde también se colocan las mercaderías. Y estos dos lugares, estas dos plazas, con la otra pública donde tiene lugar la feria del ganado, los centros de contratación de aspecto pintoresco, que transforman a Villafranca, por lo común silenciosa y quieta, en bulliciosa y alegre. Los miércoles de cada semana Villafranca, al ser visitada por los habitantes de innumerables pueblos que, diseminados sus caseríos por las montañas vascas, envían a sus moradores en animadas caravanas que llenan montes y valles, reproduce con exacta fidelidad –color vivo que sobresale en el mosaico guipuzcoano-, la característica hospitalidad de los vascos, el cariño de un pueblo que aguarda con impaciencia los miércoles de cada semana para estrechar en amistad a cuantos a ella acuden con el fin de efectuar transacciones unos, y con el de distraer sus ocios otros, en franca camaradería con los ordizianos.
Villafranca de Oria está verdaderamente animada. Sus calles, pobladas de numerosas tiendas, son otros tantos escaparates donde vamos admirando la belleza de las ordizianas. Singularmente a mediodía Villafranca sabe mostrar al forastero el lindo ramillete de sus hijas, ramillete colocado precisamente en la hermosa maceta que es la plaza cubierta de su mercado. Indagamos acerca de los motivos que existen para que los días de mercadol, y en lugares tan estratégicos, se haya establecido jardín de rosas tan fragantes, y un baserritarra, guiñando un ojo, nos explicó sonriente:
-¡Ah, muy sensillo! Viene mucha gente porastera a Villafranca; y como los chicos de aquí no hasen caso a las chicas, pues yastá... ¡Quieren novio!
No quedamos muy conformes con la explicación que nos daba el cashero, pues no nos parecía muy verosímil. Aunque podíamos aceptarla, ya que él, el baserritarra, no era precisamente un chico que pudiera pretender a ninguna de las bellezas ordizianas que llamaron nuestra atención.
Acudimos a otro, persona, por cierto, según nos aseguró, muy enterada delas cosas locales, y creemos que se acercó más a la verdad.
Nos dijo:
-Bueno; pero ésto es secreto. Si luego se enterasen que yo he dicho.
-¡Oh, no! Pierda usted cuidado. Nadie sabrá nada por nosotros.
-Pues escuche. El Ayuntamiento, en sesión que celebró a tal efecto (sesión secreta), acordó que, con el fin de que el dinero forastero se quedase en la localidad, los días de mercado se distribuyesen por la plaza del ferial todas las jóvenes de la localidad para que fuesen ellas quienes ejercieran decisiva y honesta influencia con su belleza sobre los forasteros, los cuales, bajo el gobierno de las ordizianas, olvidarían el fin que les llevó a Villafranca y terminarían comprando las mercaderías a cualquier precio.
-Y ¿surtió efecto este plan diabólico?
-¡Ya lo creo! Desde entonces, y esto data de hace muchos años, Villafranca va prosperando gracias a la belleza de sus hijas.
Nos quedamos un poco perplejos y pensativos, pero no nos atrevimos a contradecir a nuestro interlocutor... Hablaría con fundamento.
Luego encaminamos nuestros pasos por el mercado. El bullicio había aumentado. Era difícil entenderse. Uno pregonaba quesos formidables. Otro, el de enfrente, procuraba gritar más que su enemigo. El de más allá, encaramado sobre una cesta que se hundía cada vez más, ofrecía diversas chucherías. El de una esquina se apoyaba en una de las columnas y trataba de desentonar más en el coro de balidos de los corderitos que vendía. Y así, las dos plazas donde tiene lugar el mercado de Villafranca.
Después nos acercamos a la plaza del ferial, donde está el ganado. Hermosos ejemplares de cada clase. Muchos y bien presentados. Aquí el bullicio es mayor. Y, cosa rara, porque quienes no cesan de hablar y vociferar son los tratantes, todos hombres, y en cambio, en las plazas de mercado, son las mujeres las que predominan y gritan menos. Y natural parece que donde hay una representante del sexo débil, un orfeón formado por elementos del sexo contrario es como el murmullo de las aguas mansas de un río comparado con el estruendo de las olas del mar al batirse contra las rocas. Por una vez los hombres producían más ruido que las mujeres...

Y AL FINAL...
Cuando los vendedores van recogiendo las mercancías que no han conseguido vender, lentamente el mercado de Villafranca pierde su aspecto pintoresco. Es la hora de comer –puede decirse que el mercado termina a la una de la tarde-, y todos, compradores y vendedores –con más razón éstos si han efectuado buenas ventas-, se distribuyen por las tabernas y fondas de la villa. El bullicio de las plazas se traslada a las casas de comidas, confundiéndose la algarabía con el ruido producido por el choque de la vajilla. Y como si fueran caldeándose los ánimos, el vapor que despide la sopa es el primer grado de ebulllición en que se hallan los individuos. A medida que transcurre la comida sube por grados la conversación, que es hervidero de todos los aspectos que puedan intervenir en una charla, y hasta los más callados osan hablar, acaso sin justa precisión de lo que manifiestan.
La conversación se traduce en discusión. Si comenzó a referirse en términos generales a que la cosecha o el ganado ofrece más halagüeñas perspectivas en el año actual, más tarde se especifica. Y es que cada uno, en contraste a lo que antes estimó la conversación como un medio de hacer tiempo, ahora ya se crea en la obligación de detallar, y se prepara a entablar lucha polémica sobre cualquiera cuestión. Unos giran la noria de sus proyectos y de sus opiniones en torno a una apuesta de bueyes, pronosticando el triunfo de la pareja que se cree más a propósito para esta clase de lides. Otros, de apuestas de hachas, que ya no se prodigan como antaño. Varios discuten de política, sin orden ni concierto, consumiendo los turnos respectivos, cuando pueden. Critican a Azaña y a Gil Robles como si se tratara del secretario de su pueblo. Tampoco olvidan las transacciones que han efectuado por la mañana, y controlan el grado de gitanería de cada uno. Y sialguien ha salido perjudicado en la compra o en la venta, procura retener en la memoria los datos principales para sucesivos mercados.
La feria de Villafranca es la más renombrada de cuantas se celebran en la provincia. El 15 de mayo cumplirá cuatrocientos veinticuatro años de existencia, y en el transcurso de los siglos y los años no ha perdido nada de su importancia, siguiendo en aumento la concurrencia de todos los pueblos guipuzcoanos, vizcaínos, alaveses y navarros. La antigua Ordizia, que nació a las orillas del Oria, y que más tarde, se dnominó –como hoy- Villafranca de Oria, tiene su mejor medio de vida y de relación en el mercado y feria que celebra los miércoles de cada semana. Son dos fuentes de riqueza que convierten a Villafranca de Oria en uno de los pueblos más visitados y mejor considerados de la provincia. Siga la marcha, para bien de todos y principalmente de sus hijos.
JOSE AYERDI.


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