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Gipuzkoa 1936
DE LA URBE
Debe desaparecer

Hay muchas cosas que sobran y lo que sobra debe desaparecer. Los estorbos son obstáculos que siempre dificultan la marcha rectilínea y nos obligan a un rodeo en el camino y el rodeo es pérdida de tiempo, que si antes se decía que era oro, ahora el tiempo es el metal más precioso que pueda concebir la imaginación más avara del más recalcitrante judío.
¿No es verdad que estorba y muy mucho el busto de Pío Baroja en el jardín interior del Museo de San Telmo?
Compromisos de índole política, llevaron a un Ayuntamiento republicano, a erigir un busto y tributar un homenaje a un novelista que no tiene de pío más que el nombre y que desde los comienzos de su vida literaria, cuando abandonó los negocios a que tan aficionado era, en aquellos tiempos en los cuales el pan, no tenía tanta “miga” como ahora y todo era corteza dura, se dedicó a colaborar en “El País”, de Catena y en “El Globo”, de don Emilio Castelar, dos periódicos de nada grata recordación, por su ideología y sus campañas, sobre todo el primero de ellos, y después comenzó a publicar novelas, la mayoría como “La busca”, “La mala hierba” y “Aurora Roja” que forman una trilogía de un subido color naturalista, demoledoras en el fondo, y otras más, en las cuales se alardea irónicamente unas veces, y siempre con descaro inaudito, de avances ideológicos que caen de lleno en el materialismo más pernicioso y de audacias sembradoras de dudas y recelos que llevan envueltas en sus descripciones la intranquilidad espiritual del que lee, sobre todo si la inteligencia no está formada del todo y se deja llevar por razonamientos ilógicos, basados en falsos principios que conducen fatalmente a consecuencias reñidas con la verdad y sobre todo con verdades incontrovertibles que jamás supo o quiso respetar el escritor Baroja.
Precisamente ahora, se está llevando a cabo con gran acierto y por disposición muy plausible una selección minuciosa de las obras que había en la Biblioteca Municipal, instalada en el Museo de San Telmo, y en esa búsqueda acertada y necesaria, se han eliminado, según nos aseguran, las obras de Pío Baroja.
Lógicamente pensando, el busto de su escritor debe desaparecer también del Museo de San Telmo: sobra allí, es un estorbo y una contradicción palmaria e irritante, puesto que no son sus paisanos los donostiarras los mejor tratados en algunas de las producciones literarias, en las que ha cerrado con dura pluma, contra la vida social de San Sebastián, sus costumbres y su ética.
El busto de Baroja estorba en San Telmo y debe llevar el mismo camino que sus novelas, o no hay lógica en el mundo.
Y lo que estorba, se quita.

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